(Pons y Berjano, 1999; Smith et al. 1993).
Cabe suponer que para la persona que carezca de un repertorio adecuado de habilidades sociales, el consumo de drogas se presenta como una vía alternativa para satisfacer sus necesidades emocionales y de afiliación social y como medio de amortiguar el impacto de una situación vital que no controla totalmente.
Por un lado, la drogodependencia la entendemos, según la Asociación Americana de Psiquiatría (1994) como la característica esencial de la dependencia de sustancias; consiste en un grupo de síntomas cognoscitivos, conductuales y fisiológicos que indican que el individuo continúa consumiendo la sustancia, a pesar de la aparición de problemas significativos relacionados con ella . Además de eso, existe un patrón de repetida autoadministración que a menudo lleva a la tolerancia, a la abstinencia y a una ingestión compulsiva de la sustancia.
Por otro lado, la Organización Mundial de la Salud (OMS) en 1999, definió las habilidades para la vida o competencias psicosociales como “la habilidad de una persona para enfrentarse exitosamente a las exigencias y desafíos de la vida diaria”.
Una vez dicho todo esto, las habilidades sociales son capacidades de interacción social, recursos para establecer relaciones adecuadas y adaptadas a la realidad, expresando las propias opiniones y sentimientos. Después de la desintoxicación, en la vuelta al mundo social, se encuentran dificultades en el área de las habilidades de relación para interactuar en este contexto de un modo socialmente eficaz.
Los efectos que ofrecen las drogas aumentan en el sujeto la sensación de poder y confianza para enfrentarse adecuadamente a los otros. Dicho esto, desde esa perspectiva, las drogas sustituyen a las competencias sociales y refuerzan la conducta de consumo, puesto que permiten enfrentarse a las situaciones y mantienen el consumo en la medida en que estas situaciones sociales se repiten.
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